Cuando una persona, acuciada por las deudas y acosada por los bancos,
tiene la oportunidad de aceptar un empleo, la presión de los
acreedores, las necesidades insatisfechas de su familia y la falta de
futuro de sus hijos, son circunstancias que pesan de forma determinante
para que acepte unas condiciones de trabajo miserables e indignas.
¿Quién puede decirle que no acepte estas condiciones mezquinas impuestas
por el empleador aun a sabiendas de que ni siquiera aceptándolas va a
satisfacer sus necesidades?
Cuando la estabilidad del trabajo está en peligro y con la disculpa
fácil de la “crisis” se presiona a los trabajadores para que cedan en
sus derechos laborales y económicos, ¿quién puede decirle a quién tiene
su vivienda y toda su vida hipotecada por la banca que resista y
defienda sus derechos poniendo con esto en peligro su empleo?
Ante la pasividad y falta de respuesta contundente de los sindicatos
institucionales se destruye el empleo estable que es inmediatamente
sustituido por el empleo temporal y subcontratado. Más del 90% de los
nuevos contratos son temporales y de los indefinidos una parte muy
importante son contratos a tiempo parcial.
Por todas partes asistimos al retroceso, a la derrota, a la claudicación.
Cada día se dibuja con más claridad el carácter de las relaciones laborales que nos imponen: la precariedad. Antaño sumamente combativos en la conquista de derechos económicos y
sociales, están hoy los trabajadores en manos de los patronos, atados de
pies y manos.¿Cómo es posible que hayan permitido que las cosas lleguen
hasta este punto? El camino por el que hemos llegado a una situación
tan lamentable no ha sido cosa de un día: treinta años de sindicalismo
estatal presto a la negociación, es decir, a las concesiones, ha
permitido el desmantelamiento del movimiento obrero, la instauración de
la pasividad, la rotura de los viejos lazos solidarios y en definitiva,
la instauración de la precariedad como fórmula generalizable en todas
las relaciones laborales.
Aún con todo hubiera sido esperable una respuesta espontánea, una
radical reacción del pueblo trabajador contra la injusticia de las
sucesivas reformas laborales que han supuesto verdadera manga ancha para
el capital, las empresas y las corporaciones, la ley del embudo.
Al individualismo propio de la cultura capitalista, a la
insolidaridad y la apatía instalada en el seno de la población
trabajadora se ha unido el miedo. Porque el miedo es el arma fundamental
con que desde que hay memoria histórica, se ha sojuzgado a los pueblos.
Y hoy los trabajadores tienen miedo; miedo a engrosar el enorme
ejército de parados, de excluidos y miserables, miedo a verse formando
parte de las filas, cada día más largas, donde impera la pobreza. Por cada oferta laboral miserable, hay una multitud de aspirantes.
Así, nuestro trabajo se ve minusvalorado y mientras las condiciones
laborales se degradan, el nivel de vida y la propia dignidad de los
trabajadores caen en picado.
En esta situación, la natural aspiración
a disfrutar de una vida digna para nosotros y para las generaciones
venideras, adquiere tintes de un deseo utópico e irrealizable.
Los más de seis millones de desempleados, los casi dos millones de
hogares con todos sus miembros en el paro, son una terrible losa que
pesa sobre el movimiento obrero e impide una respuesta enérgica y
definitiva contra la explotación laboral. En tanto no descienda la
tasa de paro y se restablezca al menos un cierto equilibrio, seguirán
perdiéndose derechos, seguirá la patronal abusando prepotente mientras
los sindicatos timoratos que no confían en la potencia de la lucha
solidaria, seguirán consintiendo recortes salariales y laborales; dirán
que muy a su pesar y como “mal menor” han de ser aceptadas nuevas
agresiones. ¿Cómo no darse cuenta de que CEOE-CEPYME y CCOO-UGT son dos
caras de la misma moneda, piezas de la misma maquinaria?
El objetivo prioritario del movimiento obrero actual es atacar al
paro sistémico en sus raíces. Hay que detener de inmediato la sangría de
puestos de trabajo estables y socialmente necesarios, hacer descender
la cifra de los parados por la vía más directa, más inmediata y más
eficaz: el reparto del trabajo.
Es ya el momento de reaccionar con energía y atacar a los problemas
de frente. Por esto, hacer horas extras, pagadas o no, es inmoral y debe
de condenarse, hay que extender la consigna: ni una hora extra. Y por
lo mismo hay que denunciar y atacar también a aquellas empresas que
obliguen a sus trabajadores a hacerlas, cualquier herramienta de las
tradicionales puede ser útil: la denuncia, la protesta, el plante, el
boicot, el sabotaje o la huelga.
En la misma línea debe de lucharse sin vacilaciones por la reducción
de la jornada a 30 horas semanales. Esto generaría potencialmente varios
millones de puestos de trabajo con lo que de positivo tendría en las
condiciones de vida del pueblo, permitiéndole satisfacer sus necesidades
básicas además de reactivar la maltrecha economía. También en
coherencia y con la misma intención debe de reducirse la vida laboral,
reivindicando la jubilación voluntaria a los 55 años.
¿Y mientras tanto se consiguen estos objetivos? ¿Podemos abandonar al enorme ejército de parados a su suerte?
En
primer lugar condenar sin tapujos cuantos intentos de criminalización
se hacen contra este colectivo: los desempleados no son vagos ni
inútiles o personas mal formadas, hoy parado puede ser cualquiera de
nosotros. Hay que reivindicar la protección social a los desempleados y a sus
familias: el derecho a una vivienda digna, el transporte, educación y
sanidad públicas y gratuitas, subvenciones dignas a todos es decir,
cobertura al cien por cien para los desempleados, moratoria de
impuestos...
Favorecer la autoorganización de los parados, su toma de conciencia.
También apoyar las iniciativas de trabajo mancomunado y cooperativo…
En resumen: la lucha contra el paro ha de ser prioritaria para el
pueblo trabajador. Tenemos mucho que ganar en ésta batalla decisiva y
muy poco que perder; ganar con nuestra lucha solidaria el derecho a
disfrutar de una vida digna y perder el miedo que nos atenaza y nos hace
esclavos.
CNT F.C. Sur Villaverde